martes, abril 25, 2006

Mirando el paisaje de la devastación que yace


Traigo en mis carnes el quemante dolor de un error vivido,
bebiéndome la sangre restante del otrora universo fresco,
ensangrentándome…
con los ecos añejos de la memoria rota, y respirando en el aire enrarecido y amarillo, el luctuoso amanecer dormido de la melancolía
que vive eterna y sin respiro en el dolor de la noche mustia.

Observo…

Por el altar de mi añeja fe en ruinas camino, mirando a mis costados el dantesco escenario funeral, ya sin luz… en el templo áureo de sus ojos hundidos
No hay calor que acoja estos trémulos pasos, no hay brillos ni destellos que iluminen el cielo, ayer universo
ya no hay mas que vacío y estepa lóbrega en este erial de fantasías muertas.

Ya no existe el manto blanco del rocío, y el ahora, arco iris envilecido, que ayer llenaba todo con su resplandor brillo, se extravió en algún destello de estrellas negras, cediendo el paso a estas emociones melancólicas, de cansancio enorme y de tanto hastío.

Solo niebla, solo frío, aguardando el paso del hombre solitario y cadente.
Huesos descarnados, rotos y entumecidos de caídos ángeles caídos, humedad pastosa de almas perdidas en el exilio y la enhiesta vegetación funesta, merodean y adornan el alguna vez mágico altar de fe, confianza y esperanza construido.

Y mi canto calla en prosa nocturna, duerme como niño agotado de corretear al día
y en eso se me va la vida y en eso se me fue la vida.
Ya no hay viento que hinche mis velas, ya no hay viento que avive mis quimeras,
ya no hay fabulas que aviven al viento, solo un silencio fantasmal y un escaño quebrado y desteñido que no da reposo descanso ni respiro.

Y salto al ayer lago de transparentes aguas y nado en estos extraños licores que hoy viven serenos y oscuros; serenos como la calma de un sueño hermoso
y oscuros como la noche fúnebre, que no acaba en mi camino.

Mi realidad no se confunde al mirar en este espejo ennegrecido, veo reflejos de sueños interfectos, veo lejanías y desamparo, veo noche y desconsuelo

Ahogo mis gritos inaudibles y junto a un árbol añoso y enmohecido, derramo mis angustias embalsamadas en el charco pútrido nacido del desarraigo apagado y de la desilusión sombría de aquel paisaje hermoso que sin amanecer y ahora en ruinas
mis lánguidos y agobiados ojos han visto.

Aprieto a dientes unidos y con ira contenida, retengo la última gota ansiosa y fugitiva, que quiere manar de mi mirada, y dormir en estas aguas nuevas de desencanto y de triste pena. Trago un trago de aquel lago que hoy no refleja y la gota de la ansiedad roída y viviente que existe aun en mi, se va rodando… precipitada… por el abismo del deseo, que muere en cada noche de esta efímera y sarcástica vida.


he aqui el altar,
despojado de sueños, de luces y de verdad